La tribu florida

Ahora que parece que la primavera se nos echa encima en febrero, ha llegado el momento de dedicarle ciertas atenciones a una de nuestras tapizantes favoritas. Por supuesto, estas observaciones se basan en nuestra experiencia con el manejo de la planta y se encuentran condicionadas por las particularidades de nuestra zona geográfica y de unos pocos jardines en los que hemos podido introducirla. Muchos y muchas tendréis opiniones distintas. Al fin y al cabo, estamos tratando con una hierbecilla, aunque tímida y aparentemente sumisa, dotada de una gran capacidad de adaptación, en diversas situaciones y paisajes, en manos distintas.

Phyla nodiflora

 

Como las otras 69 especies del género Phyla, se trata de una planta herbácea. Parece una perogrullada, pero es importante este dato ya que, aunque se encuentra generalmente aceptado el sinónimo Lippia nodiflora, lo cierto es que existe un género Lippia diferenciado dentro de la hermosa y florida familia de las verbenáceas en el que todas las especies, alrededor de 500, son exclusivamente arbustos. Como las otras 69 hierbas, presenta hojas simples dispuestas sobre tallos decumbentes que enraízan fácilmente en los nudos, flores con cuatro lóbulos dispuestas en capítulos con largos pedúnculos y frutos que se separan en dos frutos parciales cuando alcanzan su madurez.

 

El nombre genérico procede del vocablo griego φυλή (phyle), cuyo significado es "tribu", no sabemos si en referencia a las numerosas y apretadas inflorescencias o, lo que parece más probable, a la densa disposición de sus tallos y hojas en forma de alfombra.

 

La especie P. nodiflora se puede diferenciar por varios aspectos comunes. Las hojas, aunque pueden  cambiar mucho en la forma y el tamaño dependiendo de las condiciones y de una alta variación genética, son opuestas, algo suculentas, normalmente de forma espatulada, dentadas en la mitad superior, cuneadas en el borde inferior, con un nervio central suavemente prominente del que nacen entre cinco y nueve pares de nervios menos visibles a simple vista. También son característicos unos pelillos ramificados en forma de T que se encuentran tanto en las hojas como en los tallos jóvenes. Después. a medida que envejecen los tejidos de los tallos y disminuye la cantidad de clorofila, esta pelusilla se desprende y la planta adquiere en algunas partes un color parduzco. De todas formas, para reconocer estos pelos, creo que os hará falta un cristal de aumento o una vista notablemente más aguda que la mía (esto es fácil).

 

La altura de la planta en su hábitat (mayormente se encuentra en lugares con una humedad elevada, medrando perfectamente en suelos salinos cercanos al mar) puede variar entre los 10 y los 50 cm de altura, aunque las formas que encontramos en nuestros jardines, quizás por efecto de las podas o las siegas frecuentes, suelen ser eminentemente rastreras, no superando en ningún caso los 20 cm. A pesar de esta talla reducida, apreciamos esta planta como una excelente tapizante por su fácil aclimatación, crecimiento rápido y capacidad para florecer profusamente cuando se dan las condiciones adecuadas de humedad, temperatura e insolación. Aunque en su área de distribución original (zonas tropicales y subtropicales del continente americano) puede florecer prácticamente todo el año, en climas templados como el nuestro lo normal es que no lo haga hasta bien entrada la primavera, en el momento en que las temperaturas nocturnas ascienden de los 10ºC. Aunque, eso sí, no perderá su abundante floración hasta que lleguen los primeros fríos y comience a perder su follaje.

Un prado natural y florido con unos cuidados mínimos y un poco de agua... 

 

Tener en cuenta su distribución y su hábitat natural es importante a la hora de manejar con éxito esta planta en el jardín y lograr una bonita y florida pradera. Existe la creencia de que es una planta con bajos requerimientos hídricos o, al menos, que puede mantener su verdor con una menor frecuencia en los riegos que la mayoría de gramíneas cespitosas empleadas en las praderas ornamentales. Si bien es cierto que requiere un menor cuidado que un césped convencional en cuanto a fertilización, aireación, siega y otros tratamientos (lo que ya hace que esta hierba resulte una opción muy atractiva en jardines de bajo mantenimiento), precisará una humedad relativamente alta para extenderse y formar un prado denso en el que podamos retozar una tarde de verano o jugar un partido de fútbol. Sí que es cierto que, aunque no podemos descuidar los riegos, presenta cierta capacidad de recuperación tras los períodos de sequía y que tiene la virtud, cuando se ha formado un manto verde bien apretado, de retener más eficientemente la humedad de los suelos. Quizás, en este sentido, sus requerimientos hídricos se asemejen más a los de las especies cespitosas de estación cálida, como Cynodon dactylon o Zoysia japonica.

 

Al igual que estas hierbas, también nuestra querida Phyla nodiflora entrará en letargo con las temperaturas invernales. De hecho, hemos observado que allí donde la planta se mantiene con cierta presencia durante la mayor parte del año es precisamente en aquellos rincones que disfrutan de una mayor protección frente a los fríos y los vientos dominantes, justo donde un césped convencional, ya sea de estación cálida o de clima templado, podría sufrir por encharcamiento y asfixia radicular cuando los días son cortos y húmedos.

 

Ahora bien, como ya hemos mencionado anteriormente, presenta una gran variabilidad en su forma, propiedad directamente relacionada con la diversidad de usos que nos permite en el jardín, más allá de ser una alternativa natural y sostenible a las praderas de césped convencionales. Sin tendencia limitante en cuanto al PH del suelo, adaptándose a una amplia variedad de climas, resulta una planta estupenda para rocallas, zonas de arbustos y plantas vivaces y parterres elevados en los que sus tallos floridos colgarán con elegancia.

Mayormente es gracias a sus tallos radicantes cómo se extiende en el terreno, pero ocasionalmente también las semillas tienen la oportunidad de desplazarse y de germinar en lugares sorprendentes. Hemos encontrado, incluso sin riego, en pleno verano, algunas plantas que se habían desarrollado y florecido en zonas de paso del jardín, soportando el pisoteo y el calor. Son precisamente estos individuos con capacidad de supervivencia (que, además, se han generado de manera espontánea en nuestro jardín) los que nos ofrecen mayor interés para continuar su reproducción vegetativa por medio de esquejes.

 

Una pradera uniforme y monótona constituida únicamente por una gramínea cespitosa (o una mezcla de ellas especialmente diseñada) no deja de ser un artificio difícil de manejar en un espacio vivo, con una climatología cada vez más impredecible y una alta incidencia de las semillas silvestres. Lo que nos ha procurado un resultado más satisfactoria ha sido precisamente introducir Phyla nodiflora en un césped previamente constituido por otras plantas cespitosas. Pero no solamente esta especie se ha adaptado a estos usos, soportando el paso de la cortacésped y las pisadas, sino que también hemos permitido que se acomoden en la tribu florida de las praderas otras plantas propias de ambientes mediterráneos como la milenrama (Achillea millefollium), el poleo (Mentha pullegium) o el trébol blanco (Trifolium repens).

J. J. Cabezalí

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Comentarios: 1
  • #1

    Noemi (miércoles, 10 abril 2024 18:51)

    Es verdad que no conviene poner lipia en una pradera en la que hay encinas porque las hojas caídas son difíciles de quitar y pueden pudrirse?
    En cambio, en este sentido la grama es menos tupida y resulta más conveniente?
    Gracias!