Esta mañana hemos vuelto a escuchar a las golondrinas riéndose bajo el techo del invernadero. El viento y las tormentas de la borrasca Emma no han impedido su regreso en las mismas fechas que todos los años. Desde hace ya tres temporadas, cuando se instaló, a mitad del verano, la primera pareja, las descendientes de aquellas intrépidas colonas han ido tomando cierta confianza con nosotros y construyendo sus nidos en diversos rincones del vivero, a pocos metros del suelo, respetando únicamente la distancia justa en la que no pueden ser alcanzadas por los gatos.
Sí, por fin han llegado las lluvias. Además, con un bonito nombre de mujer. Durante todo este largo y seco invierno (quizás no ha sido tan largo, pues el frío no comenzó hasta el mes de diciembre) no hemos dejado de escucharnos a nosotros mismos hablando sobre la falta de precipitaciones. La verdad es que ya resultaba cargante. Lo peor del caso es que, después de una semana de abundancia, se empiezan a sentir algunas voces quejumbrosas. Nos parecemos a los torpes campesinos de “Los siete samurais” (Akira Kurosawa, 1954) que siempre andan quejándose por todo, como bien dice uno de los mercenarios recién llegados a la pequeña aldea que han de defender frente al ataque de los bandidos.
J. J. Cabezalí
Escribir comentario